OTRAS PROGRAMACIONES, LECHE.

Tiziano Tizona
Una vez entregados los mamotretos de las programaciones -cada vez que se imprimían las de un centro moría un poco más el Amazonas- siempre me pregunto lo mismo: ¿estos mastodontes son funcionales? No he visto a nadie, digo a nadie, que acuda a dar una clase con semejante carga bajo el brazo. Máxime cuando se supone que la plasticidad de la docencia te hace tener programada una cosa y salirte por los cerros de Úbeda dependiendo de muchísimos factores que se dan en un aula, en una escuela y en un entorno social que quiere ser abierto y “actual”; y que tener un guion detallado te resta flexibilidad, frescura, capacidad de reacción y de adaptación, que son cosas que se supone que debiéramos trasmitir en el aula con el ejemplo, que es como mejor se transmiten las cosas si queremos que calen. Dirán algunos que en las programaciones pueden reflejarse los cambios a posteriori; en mi caso, habría más rectificaciones que aciertos, como en mis quinielas. ¿No sería más efectiva una cosita más sencilla con lo que han de aprender cada trimestre reflejado en un par de folios y que nos acompañasen a cada clase para ir apuntando con un lápiz en ellos cuáles se han adquirido sin problemas y en qué hay que incidir porque se queda cojo? Además, se convertiría en una herramienta muy válida para la evaluación del proceso educativo; e incluso, con breves añadidos, a la evaluación individual del alumnado. Puede que esté equivocado y que tenga el raciocinio afectado por pasarme las tardes haciendo papeleos, que no me sirven de nada, en vez de estar maquinando cómo apañármelas para que mis alumnos dividan entre dos cifras, escriban sin faltas de ortografía o sepan distinguir entre un homo habilis y un tiktoker de esos. Para mí que la burocracia educativa la inventaron para tenernos ocupaditos y que no nos dé tiempo a pensar en las canalladas que nos gastan desde las alturas día sí, día también.