NORMALIZAR UNA ILEGALIDAD

Tiziano Tizona
El caloret llega a las aulas para quedarse hasta final de curso. Llegar por la mañana y abrir la puerta del aula y que te dé el primer sartenazo de temperatura en la cara, tiene un precio: bajada de atención y, por lo tanto, de rendimiento. Saldrá el cuñao de turno diciendo que más calor tienen los que están arreglando carreteras, y es cierto, pero resulta que hay una legislación laboral , el Real Decreto 486/1997, por el que se establecen las disposiciones mínimas de seguridad y salud en los lugares de trabajo, contempla que “la temperatura de los locales donde se realicen trabajos sedentarios propios de oficinas o similares estará comprendida entre 17 y 27 °C”.
¿Qué ocurre? Que en educación se/nos lo pasan/pasamos casi todo por el santísimo forro. Los papis, que tanto amenazan con la inspección educativa si resulta que regañas al nene, parece que les rota el eje que estén metidos en un horno seis horas al día; total, están guardaditos. Quizá va siendo hora de que se amenace con el inspector de trabajo en vez de el de educación, porque aquí comprobar que se vulnera la ley es tan fácil como llevar un termómetro en el bolsillo.
Se invierten millones y millones y más millones en aparatos que está por ver su eficacia (y, lo que hemos visto hasta ahora no nos gusta demasiado) y se olvida el proporcionar unas condiciones de trabajo dignas para los escolares y demás miembros de las comunidades educativas. No sé qué pensarán en la OCDE de esto. Igual les viene bien para que los futuros empleados se empiecen a acostumbrar a trabajar con déficit de condiciones. Los maestros no decimos nada, lo saben y de eso se aprovechan una vez tras otra.

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