POR AHÍ NO, TETES

Tiziano Tizona
El último pollo que montó un servidor de ustedes, ayer, en la red anteriormente llamada Twitter en forma de charco, fue el declarar que la mayoría de la peña que defiende la evaluación estilo LOMLOE no tiene ni la cantidad de alumnos ni la de asignaturas que los curritos de la tiza. Obsérvese que pone “la mayoría”, porque en un cuerpo tan heterogéneo y tan numeroso de todo hay, es más, de todo ha de haber. La variedad siempre es buena. Sostengo lo que digo porque los más encendidos defensores de la ley y de sus métodos (burocracia incluida) son gente de las facultades y/o de equipos directivos, lo que les ahorra (en gran parte en unos y en su totalidad otros) el galimatías evaluativo de tan pérfida ley (ojo, al nivel de las anteriores). Desde un despacho y sobre un papel es muy sencillo teorizar y embarrar al compañero sin necesidad de escucharlo puesto que pertenecemos a una casta inferior (estos son los adalides de la “integración” y de la “diversidad”). Hay honrosas excepciones de gente que está hasta los topes de alumnado y defiende la LOMLOE, por supuesto, y aunque yo no coincida con ellos, respeto su postura. Pero que alguien que no ha visto un adolescente ni en el cine, y menos en grupos de 35, me trate de “maltratador”, de “no respetar el derecho a la educación de los alumnos”, “de decimonónico», de “amargado o frustrado» y de cientos de barbaridades más porque pienso que la LOMLOE es un mojón con chorreras; pues mira, me lo paso por mi glorioso arco del triunfo. Me lo paso pipa en el aula (mis alumnos están felices y a la vez saben que les voy a exigir porque me exijo a mí mismo); adoro el trato con mis alumnos y jamás tuve ningún problema con ellos en más de 25 años de profesión. Ellos me incitan a que les explique en vez de buscar “su propio aprendizaje”; gran parte de mis amistades actuales son exalumnos o familias de alumnos. Todo ello para aguantar que algún lamesuelas de despacho, algún colocasillas del político de turno o algún buscacursillos de subvención gorda, sin conocerme de nada, opine que soy un Herodes, o que no sé leer la ley, o que no he entendido su “espíritu”. Por ahí no, tetes.