LA MEJILLONIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA
Tiziano Tizona
Probablemente un gallo, un mejillón, un ciervo o una golondrina adquieran durante su juventud los conocimientos necesarios para su supervivencia, y con eso les baste para una vida feliz y completa. Alguna de las cuales, he de decir, que admirables, por lo menos en su forma. ¿A quién no le gustaría planear como una golondrina o transitar los cerros como un ciervo? Viene esta paja mental (perdónenme el ministro creador del “pajaporte») por el continuo mensaje de “preparar al alumnado para un mercado laboral futuro, que además es ignoto». O sea, proporcionar a la chavalada las competencias para ganarse la vida con su currelo, que además confiesan que desconocen: golondrinizar, gallificar y mejillonizar a los jóvenes mamíferos verticales para colmar su instinto de supervivencia. Hay gente a la que eso le parece una idea brillante, sobre todo a aquellos que van a estar en el estrato superior (laboral y social) de esos humanos simplificados. Digo simplificados porque el humano debiera diferenciarse, y se diferencia, de otras especies precisamente porque es capaz de algo más. Y ese algo más es la capacidad de crear y entender el arte, la literatura, de analizar pensamientos, presentes y pasados, aprendiendo de ellos, de trasladar por escrito los suyos al resto, de estudiar las causas biológicas, naturales, químicas, físicas o geológicas de su medio inmediato y lejano. Y para todo ello se necesita estudio, esfuerzo y conocimiento (llámese, si lo desean, contenidos); para ir un poco más allá que la acémila, el pato o el ornitorrinco.