SE VEÍA VENIR QUE NO IMPORTAMOS UN PIMIENTO

Se veía venir cuando, desde el principio, se nos negaron pruebas y medidas de protección adecuadas para desarrollar nuestra labor en condiciones seguras. Muchos pensaron entonces que se nos dejaba abandonados a nuestra suerte.

Se veía venir cuando en verano dijeron aquello de  «las clases al aire libre o las aulas abiertas de par en par». Muchos pensaron ya en ese momento que en invierno lo íbamos a pasar mal.

Se veía venir cuando no hicieron caso a las advertencias de algunos de que este no es el año propicio para realizar unas oposiciones. Muchos pensaron de nuevo que la decisión era una bofetada en la cara porque obviaban nuestros argumentos.

Se veía venir… y así seguimos.

Volvemos de unas fiestas navideñas con el miedo al rebrote de los contagios, y se insiste en que los centros son espacios seguros y de no contagio.

La cosa se tuerce porque «el grajo vuela bajo», y se recurre al «donde dije digo, digo Diego»: ventanas cerradas y abiertas lo justito para ventilar.

Se insiste en que esto no son maneras, y se publica un mensajito diciendo que somos los mejores y, ojo, que las restricciones se llevan a cabo para proteger a los que formamos la comunidad educativa (miedo me da que esto llegue a los oídos de los hosteleros, a ver si ahora también nos van a culpabilizar a nosotros de los cierres de sus negocios).

Se veía venir… pero empezamos a estar hartos.

Los docentes sabemos que debemos atender a nuestros alumnos, pero no a cualquier precio (también para ellos, que sufren el frío, la amenaza del virus y el abandono del Gran Hermano como nosotros, que no se olvide). No a coste cero: sin pcrs, sin epis, sin HEPAs, sin confinamientos, negando la mayor…

Tenemos la sensación de que «nos la intentan colar», y eso es lo que nos exaspera: la mentira, el engaño, la manipulación y el abandono a nuestra suerte.

Mientras, encima, tenemos que aguantar que algún bonito bot o algún troll con agradable perfil progre, intente sacarnos los colores cuando se cuestiona a la mano que mece la cuna.

El colmo de los colmos era conseguir hacernos sentir culpables, y vaya que en algunos casos así ha sido, pero hay que despertar de esa mentira porque se sostiene a la pata coja. A nadie se le ocurre pensar que un sanitario no tiene derecho a exigir protección ante las enfermedades simplemente porque trabaja con enfermos y esa es su función o que a un transportista atrapado por la nieve se le abandone a su suerte porque ese riesgo «va con el curro».

No nos sermoneen más con nuestra responsabilidad y acepten la suya, que la tienen, y quizá así empecemos a ver la luz al final del túnel por fin.

Aunque yo, personalmente, ya ni me fío ni confío.

Se veía venir.

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