LO QUE SE PIERDEN NUESTROS ALUMNOS

Tiziano Tizona
Acabo de regresar de tomar una tostada en mi bar de cabecera y no me quito de la cabeza una idea que me reconcome las neuronas. En la mesa de al lado se encontraban tres señores que, por su apariencia, ya hace algunos años quw deben haber cruzado los setenta. Pulcros, educados, respetando el turno de palabra, correctos en la utilización del idioma, sensatos en su argumentario y atentos al discurso de sus compañeros de mesa. Dialogaban, porque dada la corrección en las formas y en el fondo, no se puede catalogar de discusión, sobre los temas candentes de hoy: la guerra, la subida de precios, la huelga de los transportistas…La deformación profesional me hizo trasladar eso hacia las aulas. Yo, bastantes años más joven que ellos, me he quedado embelesado ante la riqueza del aprendizaje que estaba obteniendo solamente poniendo la oreja, y mi cerebro ha empezado a calibrar la posibilidad de invitarlos a mi aula a ofrecerles a mis alumnos otra forma de ver la vida basada en el sosiego y el sentido común que aportan los años.
Los referentes de nuestros adolescentes encontrados en las redes sociales están en las antípodas de estos buenos señores. Sus cabezas están llenas de vídeos de gente histriónica que cuela su mensaje simplista y agresivo (muchas veces previo pago) y que nuestros chicos se dedican a repetir sin haberlo filtrado ni analizado. A los viejos profesores se les aparta del centro del sistema por “profesaurios”, achacándoles que no manejan los aparatos electrónicos y las aplicaciones educativas, como si eso constituyera una “conditio sine qua non” del proceso de aprendizaje. Error, sin desmerecer el esfuerzo y la preparación de las nuevas generaciones de docentes que saben manejarse entre tablets y computadoras, no debemos esconder el valor de la educación sosegada, culta y basada en el conocimiento profundo de las materias que tienen los veteranos (y algunos que no lo son pero que actúan como ellos) para nuestros alumnos. No se debiera apostar desde las administraciones ni desde las direcciones escolares exclusivamente por la carta de la innovación (que muchas veces es la educación tradicional con nombrecitos en inglés, dicho sea de paso) y esconder la manera de ver la vida, el aprendizaje y los saberes de la gente de cierta edad o de cierta postura pedagógica. Estamos cercenando (supongo que por el hecho de que escuchar a alguien que sabe de algo y sabe explicarlo sin más recursos que su voz y su sapiencia es un negocio ruinoso para los nuevos amos de la educación que han olido el negocio de los aparatos, las actualizaciones, la adquisición de datos, el acostumbrar al alumnado a las pantallas y a ser el “homo pulsateclas» que les conviene) algo que puede ser muy valioso para nuestro alumnos y para la sociedad que se nos viene encima. No todo es, o debe ser, negocio.