EDUCACIÓN Y LAS RUEDAS DE MOLINO

Tiziano Tizona
Pues no, resulta que las aulas no son seguras. Pregúntenle ustedes a cualquiera que se haya metido en ellas esta primera semana del trimestre. Sí lo son para aquellos que ven el morlaco desde la barrera que da un despacho, o un plató de televisión con calefacción, prueba de antígenos y ratio nula. La ministra y sus acólitos manosean los datos y los consideran “no significativos”. Los que estamos a pie de trinchera vemos caer, día sí día también, a compañeros y alumnos a puñados. Además, somos conscientes de que el ninguneo, muy peligroso ninguneo, del carácter contagiador de los asintomáticos nos pone a todos al filo de la navaja. Tanto es así, que parece que hemos aceptado el contagio propio como algo que irremediablemente va a suceder. Hace unos días un juez sentó cátedra con que los sanitarios habían de priorizar la faena encomendada a su propia vida, algo así está sucediendo con los docentes. Nosotros, en vez de romper la baraja a la francesa, doblamos clases y ampliamos horas al estilo japonés porque las sustituciones no van tan ligeras (o, simplemente, no van) como certifican los alfa educativos ni los medios sopabobados. Los datos del pasado viernes (ya de por sí sesgados puesto que no se han contabilizado Madrid, Asturias ni las Castillas) claman al cielo: 19.335 docentes y más de 102.000 alumnos en cuarentena (ojo, que ya no se encierra a los alumnos de un aula si el número de casos no quintuplica los del año pasado, ahí está la trampa, ni existe eso del “contacto estrecho” en el caso del profesorado).
No queda otra que ir abasteciéndonos de carretas de paracetamol porque lo vamos a necesitar. Las ruedas de molino ya nos las estamos comulgando desde hace dos años.